Control

 


Desde el sentimiento más profundo, puedo observar con cierto recelo aquellas primeras emociones, esas que no han vuelto, nada es repetible.

Quisiera determinar el tipo de tristeza que me presiona el pecho, como si fuese un vacío tremendo que a su vez está lleno de pensamientos que se retraen o se expanden según el contexto, la ambigüedad de esto es terrorífica.

Ni siquiera sé si me queda valentía para afrontar todo aquello que está por llegar, el cambio es la constante más certera y nada me revuelve más las entrañas; ¿se lo debo a mi necesidad de control? ¿qué tan mal debe estar querer certezas?

“No puedes, no debes controlarlo todo”, respirar y secar las lágrimas.

Me he hecho responsable de situaciones, personas, cosas que no me corresponden desde hace tanto que no logro visualizar el origen y cuando la mierda me está sobrepasando, es justo cuando me detengo, cuando decido aceptar que no soy todopoderosa, ¿ego? ¿sentimiento de culpa? ¿falta de amor? ¿una combinación?

Al ser este desastre, poca gente sería capaz de ver en mí aquella sed de control, pero esa es una necesidad extraña dentro de mi cerebro, se posiciona como un deseo sin freno de que todo salga bien y así por fin conseguir el alivio que me libere de las culpas. 

Amar, amarme, no debería ser el problema que es. 

El letargo abanica sus alas sobre mi cabeza ¿cuánto tiempo más estaremos aquí? No tengo esa respuesta, este saco de piel y huesos que estoy habitando, parece inquieto y sagaz; nada más lejos de la realidad. Presa de mis emociones y pensamientos, condenada a mi sensibilidad extrema. 

Dejar de castigarme por sentir, una tarea que menciono fácilmente, como si lo fuera. 

 

Mala.

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